lunes, 17 de noviembre de 2008

La Cumbre de la Mesa Redonda

Por fin llegó (y pasó) la tan traída y llevada Cumbre G para la refundación del capitalismo, dejando un somero bagaje de promesas y moderadas reformas sobre aquellas instancias que han demostrado sus fallos con la explosión de la crisis financiera, aún en trance.
Si algo me ha sorprendido de tal evento, a parte del consabido despliegue de medios securitarios y de comunicación, así como el desfile de altas personalidades políticas objeto de análisis y chismorreo variado (incluido, nuestro presidente Z, finalmente invitado tras un dura batalla de influencias y negociaciones en pos de la visibilidad mediática global que el acontecimiento conllevaba) ha sido la recurrencia en estos meetings de alta política a añejos emblemas icónicos, a símbolos que, si bien mantienen la ligazón del Poder con la Historia -de la que se proviene-, no dejan de denotar cierta anacronía.
En una época de postración del poder político ante la hipervelocidad desprejuiciada y totalizadora de los flujos económicos e informativos, éste insiste en desempolvar su rostro más vetusto y pomposo incluso cuando asume la necesidad de reapropiarse de su esencia, de retomar la primacía de la política (en su más noble acepción), para intentar paliar y reorientar los efectos perversos de la desregulación especulativa que ha desembocado en esta crisis actual.
Frente al fulgor y la volatilidad jerarquizada propia de la globalización y la tecnología, la Cumbre se ha escenificado en una gran mesa simétrica, radial, descentralizada, presidida por un emblema circular, que más se asemeja a una reunión de juramentados cruzados o de caballeros de la Mesa redonda que a un bullicioso, apremiado y dinámico gabinete (global) de crisis.

No hay comentarios: